La columna de este día no va a hablar de hombres, sino de mujeres.Y de uno de los males que está aquejando cada día a miles de ellas, sean niñas, adolescentes o adultas pensantes, no hace diferencia. Se ha colado entre nuestros huesos y en nuestras almas, el demonio que nos dice que si no somos delgadas no valemos nada. Que nos tortura y nos desprecia si no seguimos en la lucha, en la locura, atrapadas en sus garras. Definitivamente no serán palabras rosas.
Si, hoy voy a hablarles de la bulimia. Sé que muchos de ustedes saben más o menos de que va este tema. Tal vez tengan algún conocido o amigo que la tiene o la tuvo. O simplemente están enterados por los cientos de casos que cada tanto nos muestran en las noticias. Las muertes de modelos, hermosas y delgadas, que han sido a causa de este mal, y de su hermana, la anorexia.
Ana y Mía. Tan seductoras, pero tan mortales. Y voy a hablarles, no porque sepa mucho del tema. Más bien contaré mi experiencia. Si, quise ser o fui bulímica, y no me da vergüenza reconocerlo.
Han pasado muchos años desde esa época, y aún la recuerdo como si fuera ayer. Estaba empezando la preparatoria y las ganas de integrarme y socializar eran grandes. Siempre he sido llenita, de complexión gruesa, herencia de mi papá y su familia, y eso nunca significó un problema para mí. Pero fue en la secundaria cuando empecé a sentir el rechazo por ser un poco más llenita que las demás. “Gorda” era mi apodo. Trataba de tomármelo por el lado amable, de capotear los sentimientos que venían cada vez que mis compañeritos decían: “Pídeselo a la Gorda”, “¡Hola Gorda!”. Gorda, Chachita, Carola, son algunos de los sobrenombres que recuerdo tenía en esos años. En casa siempre me llamaron “Gorda” pero al menos ellos lo hacían con cariño.
Bueno, pues no les quepa duda que al empezar la preparatoria lo único que quería era ser aceptada. Fiestas, amigos, los novios, todo eso era algo que parecía no ser para mi. Siempre fui una excelente estudiante, la mejor de mi clase, y la mejor de mi generación. Siempre al frente de cuanto evento había, ganando concursos académicos, de oratoria, de baile, era en general bastante extrovertida, pero dentro de mí había algo que no terminaba de gustarme. Mi peso.
Siempre estuvo latente en mí el deseo de ser delgada, de poder gustarle a algún muchacho. Tenía la firme convicción de que al ser más delgada sería más bonita. Y ese fue mi más grande error, el tomar por cierta esa afirmación. En mi casa siempre se nos alimentó de manera correcta, una dieta equilibrada, sana y sabrosa. Como cualquier joven de esa edad, no era muy afecta a las verduras, pero me las comía para no hacer enojar a mis papás. A mi mamá siempre le han gustado los dulces, pero ella se los come con moderación, se toma su tiempo para disfrutarlos. Yo se los robaba y me los comía a puños, no por hambre, más bien era como un deseo irrefrenable, era adicta a los chocolates y a los dulces en general. Pero en general, siempre fui bien alimentada en casa.
Pero al desear ser delgada, empecé a pensar en una dieta que me hiciera perder los kilos que me sobraban, y ahí empezó el martirio, la represión. Poca comida grasosa, muchas verduras y agua, y toda la fuerza de voluntad que tenía, aunado a un ejercicio que se podía considerar excesivo dieron resultado en un par de meses. Perdí casi 8 kilos y me veía fabulosa. Todo el mundo empezó a decirme que me veía muy bien, que estaba muy delgada y esas cosas. Fui feliz durante ese tiempo. Al fin podía sentarme sin la incomodidad de las llantitas, de tener que tapármelas con la mochila o cruzarme de brazos para que no se notaran. Es una sensación de poder, de satisfacción enorme.
No pasó mucho tiempo para que empezaran mis problemas. Como les decía, soy adicta a los chocolates, dulces y toda clase de chucherías. No podía resistirme a ellos, en verdad, porque mi fuerza de voluntad siempre se ha caracterizado por ser muy fuerte al principio de las dietas, e irse debilitando con el paso de las semanas. Así que fue en esos momentos de flaqueza de voluntad cuando empecé a darme mis atracones de comida, y luego a provocarme el vómito. No subía de peso y podía comer lo que quisiera. Me funcionaba perfecto. Siendo una niña tan inteligente y amante de la lectura, me sorprende ahora que pienso, el no haber encontrado nada sobre esta enfermedad, y sus efectos. Tal vez por ahí leí de pasada algún texto que trataba muy por encima el tema, pero nada que me dijera las terribles cosas que podían pasarme de continuar por ese camino.
Masticaba la comida muchas veces y luego la escupía. Siempre estaba nerviosa de que me fueran a descubrir. Comía bien, seguía con la dieta, mucha agua, ayunos de días enteros. Y luego los atracones, la culpa, y el encierro en el baño, eso si, con la regadera abierta y tratando de hacer el menor ruido para que no me descubrieran. Tengo un recuerdo muy vívido de ese entonces, me comí una bolsa grande de chetos yo solita, y cuando vi lo que había hecho, sentí una culpa y un remordimiento horribles, y corrí al patio de mi casa a vomitar detrás de unos árboles. Fue en ese momento, cuando me vi tirada en el piso, llena de tierra, llorando y con la ropa manchada en vómito, que decidí que eso no era para mi.
Y así como llegó, se fue. Sé que tal vez les parecerá increíble, o que no fui una bulímica de verdad, pero la realidad es que gracias a Dios pude dar marcha atrás a tiempo, sin sufrir más consecuencias. Sin pasar por lo que pasan las que tienen la enfermedad crónica. Pero lo que si les puedo decir es que para mí fue real, y es una de las cosas más horribles que he hecho y vivido, atentar contra mi vida y mi cuerpo. Siempre he creído que lo que me motivó a detenerme a tan solo meses de haberme iniciado en ese peligroso abismo fue el amor a mi familia y el miedo a decepcionarlos por hacer esas cosas tan terribles. Afortunadamente, esta vez tuve la suficiente fuerza de voluntad de detenerme, y no dar marcha atrás.
Tal vez se pregunten dónde estaban mis papás, que no se dieron cuenta de lo que me pasaba, pero les diré que uno se hace mañoso, y aprende a purgar sus delitos en el mas completo silencio o a inventar excusas tan creíbles, que a veces hasta tu mismo las conviertes en tu realidad. Mentirosa, culpable y terriblemente arrepentida eran como me sentía siempre en esos días.
Es con el paso de los años que he aprendido a quererme como soy, a entender que la felicidad de la vida no la da el ser más delgada o más alta, y que es importante comer sano no solo por bajar de peso, sino por salud. No hay mejor forma de perder los kilos que haciendo ejercicio y comiendo saludable. Y que no es ningún delito comerte un chocolate o repetirte la ración de un pastel, siempre y cuando no sea a diario :)
Con el paso de los años, a veces he sentido el impulso de volver a la práctica, sobre todo porque subí mucho de peso en los últimos dos años. Pero gracias a Dios tengo a mi esposo al lado, que me cuida y alienta a seguir haciendo ejercicio y comiendo sanamente. Es por el gimnasio y la alimentación balanceada que a la fecha he bajado catorce kilos. Y me faltan más, y cuestan mucho trabajo, y sacrificios. Pero si se puede, de verdad que si.
Tal vez mi relato no es el más estremecedor o el más enriquecedor. Solo es un intento por compartirles un poco de lo yo viví y como salí de ello. Y que no hay mejor manera de combatir esta enfermedad que la prevención. Tal vez yo no caí en las situaciones tan horribles en las que jovencitas cada vez mas chicas caen, en mi época no abundaba la información como ahora, que con solo escribir Ana o Mía en el Google, aparecen miles de páginas donde consultar información sobre como engañar a los padres, que alimentos comer o hacer carreras de ayunos para ver quien pierde más peso, ideas descabelladas como las siguientes:
•Beber agua en cantidades exageradas, y siempre helada, de modo que el cuerpo haya de gastar calorías para mantener el calor corporal.
•Comer lo más despacio posible, masticar el mayor tiempo posible, cortar la comida en miles de pedacitos.
•Mantener un diario de comidas, incluyendo todas las calorías, hasta las de los chicles sin azúcar que consumen, y planear con toda exactitud la in¬gesta de cada día. Y, sea como sea, no superar nunca las 900 calorías.
•Hacer tanto ejercicio como sea humana¬mente posible. Si se sufre de insomnio, aprovechar esas horas. Hacerse una bola, o golpear el estómago si se tiene hambre.
•Mantener el cinturón siempre apretado.
•No tragar, sino masticar y escupir la comida.
•Rondar la cocina continuamente, de modo que la familia crea que han comido. Mentir dicien¬do que se comió o se comerá en Otra parte. Escu¬pir la comida en la servilleta o una taza. Quejarse de dolor de estómago, de alergias alimenticias o de una úlcera. Encontrar trabajos o estudios a la hora de comer. Si los padres sospechan, decirles que les quieren y que no harían nada así, porque les heriría y se perjudicarían a sí mismas.
•Rociar la comida ya preparada y a punto de ser consumida con detergente, de modo que quede inutilizada.
•Emplear cualquier método químico, legal o ilegal, saciante o inhibidor del apetito. No dejar de fumar, o comenzar, si no se tiene el hábito. En cambio, prohíben vomitar por el riesgo de ataques al corazón.
Terrible, pero cierto. La información veraz sobre los trastornos alimenticios se hace cada vez más imprescindible, en un mundo donde la publicidad nos hace sus víctimas, y en las mentes de las chicas no existen los términos medios. Es todo o nada, aunque ese todo o ese nada pueda llevarles a la muerte.
Les leo
Si, hoy voy a hablarles de la bulimia. Sé que muchos de ustedes saben más o menos de que va este tema. Tal vez tengan algún conocido o amigo que la tiene o la tuvo. O simplemente están enterados por los cientos de casos que cada tanto nos muestran en las noticias. Las muertes de modelos, hermosas y delgadas, que han sido a causa de este mal, y de su hermana, la anorexia.
Ana y Mía. Tan seductoras, pero tan mortales. Y voy a hablarles, no porque sepa mucho del tema. Más bien contaré mi experiencia. Si, quise ser o fui bulímica, y no me da vergüenza reconocerlo.
Han pasado muchos años desde esa época, y aún la recuerdo como si fuera ayer. Estaba empezando la preparatoria y las ganas de integrarme y socializar eran grandes. Siempre he sido llenita, de complexión gruesa, herencia de mi papá y su familia, y eso nunca significó un problema para mí. Pero fue en la secundaria cuando empecé a sentir el rechazo por ser un poco más llenita que las demás. “Gorda” era mi apodo. Trataba de tomármelo por el lado amable, de capotear los sentimientos que venían cada vez que mis compañeritos decían: “Pídeselo a la Gorda”, “¡Hola Gorda!”. Gorda, Chachita, Carola, son algunos de los sobrenombres que recuerdo tenía en esos años. En casa siempre me llamaron “Gorda” pero al menos ellos lo hacían con cariño.
Bueno, pues no les quepa duda que al empezar la preparatoria lo único que quería era ser aceptada. Fiestas, amigos, los novios, todo eso era algo que parecía no ser para mi. Siempre fui una excelente estudiante, la mejor de mi clase, y la mejor de mi generación. Siempre al frente de cuanto evento había, ganando concursos académicos, de oratoria, de baile, era en general bastante extrovertida, pero dentro de mí había algo que no terminaba de gustarme. Mi peso.
Siempre estuvo latente en mí el deseo de ser delgada, de poder gustarle a algún muchacho. Tenía la firme convicción de que al ser más delgada sería más bonita. Y ese fue mi más grande error, el tomar por cierta esa afirmación. En mi casa siempre se nos alimentó de manera correcta, una dieta equilibrada, sana y sabrosa. Como cualquier joven de esa edad, no era muy afecta a las verduras, pero me las comía para no hacer enojar a mis papás. A mi mamá siempre le han gustado los dulces, pero ella se los come con moderación, se toma su tiempo para disfrutarlos. Yo se los robaba y me los comía a puños, no por hambre, más bien era como un deseo irrefrenable, era adicta a los chocolates y a los dulces en general. Pero en general, siempre fui bien alimentada en casa.
Pero al desear ser delgada, empecé a pensar en una dieta que me hiciera perder los kilos que me sobraban, y ahí empezó el martirio, la represión. Poca comida grasosa, muchas verduras y agua, y toda la fuerza de voluntad que tenía, aunado a un ejercicio que se podía considerar excesivo dieron resultado en un par de meses. Perdí casi 8 kilos y me veía fabulosa. Todo el mundo empezó a decirme que me veía muy bien, que estaba muy delgada y esas cosas. Fui feliz durante ese tiempo. Al fin podía sentarme sin la incomodidad de las llantitas, de tener que tapármelas con la mochila o cruzarme de brazos para que no se notaran. Es una sensación de poder, de satisfacción enorme.
No pasó mucho tiempo para que empezaran mis problemas. Como les decía, soy adicta a los chocolates, dulces y toda clase de chucherías. No podía resistirme a ellos, en verdad, porque mi fuerza de voluntad siempre se ha caracterizado por ser muy fuerte al principio de las dietas, e irse debilitando con el paso de las semanas. Así que fue en esos momentos de flaqueza de voluntad cuando empecé a darme mis atracones de comida, y luego a provocarme el vómito. No subía de peso y podía comer lo que quisiera. Me funcionaba perfecto. Siendo una niña tan inteligente y amante de la lectura, me sorprende ahora que pienso, el no haber encontrado nada sobre esta enfermedad, y sus efectos. Tal vez por ahí leí de pasada algún texto que trataba muy por encima el tema, pero nada que me dijera las terribles cosas que podían pasarme de continuar por ese camino.
Masticaba la comida muchas veces y luego la escupía. Siempre estaba nerviosa de que me fueran a descubrir. Comía bien, seguía con la dieta, mucha agua, ayunos de días enteros. Y luego los atracones, la culpa, y el encierro en el baño, eso si, con la regadera abierta y tratando de hacer el menor ruido para que no me descubrieran. Tengo un recuerdo muy vívido de ese entonces, me comí una bolsa grande de chetos yo solita, y cuando vi lo que había hecho, sentí una culpa y un remordimiento horribles, y corrí al patio de mi casa a vomitar detrás de unos árboles. Fue en ese momento, cuando me vi tirada en el piso, llena de tierra, llorando y con la ropa manchada en vómito, que decidí que eso no era para mi.
Y así como llegó, se fue. Sé que tal vez les parecerá increíble, o que no fui una bulímica de verdad, pero la realidad es que gracias a Dios pude dar marcha atrás a tiempo, sin sufrir más consecuencias. Sin pasar por lo que pasan las que tienen la enfermedad crónica. Pero lo que si les puedo decir es que para mí fue real, y es una de las cosas más horribles que he hecho y vivido, atentar contra mi vida y mi cuerpo. Siempre he creído que lo que me motivó a detenerme a tan solo meses de haberme iniciado en ese peligroso abismo fue el amor a mi familia y el miedo a decepcionarlos por hacer esas cosas tan terribles. Afortunadamente, esta vez tuve la suficiente fuerza de voluntad de detenerme, y no dar marcha atrás.
Tal vez se pregunten dónde estaban mis papás, que no se dieron cuenta de lo que me pasaba, pero les diré que uno se hace mañoso, y aprende a purgar sus delitos en el mas completo silencio o a inventar excusas tan creíbles, que a veces hasta tu mismo las conviertes en tu realidad. Mentirosa, culpable y terriblemente arrepentida eran como me sentía siempre en esos días.
Es con el paso de los años que he aprendido a quererme como soy, a entender que la felicidad de la vida no la da el ser más delgada o más alta, y que es importante comer sano no solo por bajar de peso, sino por salud. No hay mejor forma de perder los kilos que haciendo ejercicio y comiendo saludable. Y que no es ningún delito comerte un chocolate o repetirte la ración de un pastel, siempre y cuando no sea a diario :)
Con el paso de los años, a veces he sentido el impulso de volver a la práctica, sobre todo porque subí mucho de peso en los últimos dos años. Pero gracias a Dios tengo a mi esposo al lado, que me cuida y alienta a seguir haciendo ejercicio y comiendo sanamente. Es por el gimnasio y la alimentación balanceada que a la fecha he bajado catorce kilos. Y me faltan más, y cuestan mucho trabajo, y sacrificios. Pero si se puede, de verdad que si.
Tal vez mi relato no es el más estremecedor o el más enriquecedor. Solo es un intento por compartirles un poco de lo yo viví y como salí de ello. Y que no hay mejor manera de combatir esta enfermedad que la prevención. Tal vez yo no caí en las situaciones tan horribles en las que jovencitas cada vez mas chicas caen, en mi época no abundaba la información como ahora, que con solo escribir Ana o Mía en el Google, aparecen miles de páginas donde consultar información sobre como engañar a los padres, que alimentos comer o hacer carreras de ayunos para ver quien pierde más peso, ideas descabelladas como las siguientes:
•Beber agua en cantidades exageradas, y siempre helada, de modo que el cuerpo haya de gastar calorías para mantener el calor corporal.
•Comer lo más despacio posible, masticar el mayor tiempo posible, cortar la comida en miles de pedacitos.
•Mantener un diario de comidas, incluyendo todas las calorías, hasta las de los chicles sin azúcar que consumen, y planear con toda exactitud la in¬gesta de cada día. Y, sea como sea, no superar nunca las 900 calorías.
•Hacer tanto ejercicio como sea humana¬mente posible. Si se sufre de insomnio, aprovechar esas horas. Hacerse una bola, o golpear el estómago si se tiene hambre.
•Mantener el cinturón siempre apretado.
•No tragar, sino masticar y escupir la comida.
•Rondar la cocina continuamente, de modo que la familia crea que han comido. Mentir dicien¬do que se comió o se comerá en Otra parte. Escu¬pir la comida en la servilleta o una taza. Quejarse de dolor de estómago, de alergias alimenticias o de una úlcera. Encontrar trabajos o estudios a la hora de comer. Si los padres sospechan, decirles que les quieren y que no harían nada así, porque les heriría y se perjudicarían a sí mismas.
•Rociar la comida ya preparada y a punto de ser consumida con detergente, de modo que quede inutilizada.
•Emplear cualquier método químico, legal o ilegal, saciante o inhibidor del apetito. No dejar de fumar, o comenzar, si no se tiene el hábito. En cambio, prohíben vomitar por el riesgo de ataques al corazón.
Terrible, pero cierto. La información veraz sobre los trastornos alimenticios se hace cada vez más imprescindible, en un mundo donde la publicidad nos hace sus víctimas, y en las mentes de las chicas no existen los términos medios. Es todo o nada, aunque ese todo o ese nada pueda llevarles a la muerte.
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5 Sofisticadas Opiniones:
Waw Coraline, realmente es increible que a una persona que "conoces" pueda haber vivido esto, pero a veces pasa hasta enfrente de ti y no te das cuenta de ello, porque no lo imaginas o piensas que nunca va a estar cerca de ti estos fantasmas, que bueno que sigas teniendo la entereza para aprender de esto y no recaer, felicidades por el peso que has perdido y que te dés cuenta que tu vida no se rige por esas cifras la gente que te quiere que te va a querer porque eres una persona BELLA. Síguele echando ganas y un saludote hasta allá.
Que bueno que nos visitaste muchacha!
Gracias por compartir esto...es increible que existan blogs o paginas donde te dicen que hacer para no subir de peso y que muchas de nosotras caigamos en una trampa que puede no tener final, las niñas están expuestas a todos estos peligros, debemos enseñar a nuestras hijas, amigas, hermanas que la belleza es relativa y que cada una la posee de manera particular...
un abrazo!!
Que buen tema Coraline!!
Gracias por contarnos TU historia, ojalá que todas podamos aprender de ella.
Q más vale que nos llamen tonkas a barbies malcos jajajajaja
Que bueno que ya saliste de eso. Pienso que en parte la sociedad tiene una parte de culpa en todo eso. Yo, prefiero no opinar mucho al respecto, soy sensible en esa clase de temas. Pero cuidate mucho y un abrazo Coraline.
un tema muy controversial con un trasfondo muy fuerte en todas las ocaciones, creo que muchas veces la inseguridad es la que nos impide avanzar
me alegro que tu hayas tomado un buen camino de nuevo y que te mantengas; esperemos las demas sepamos diferencias cuando estamos cuidandonos por mejorar y cuando por mejorar nos podemos dañar
un saludo y gracias por compartirnos tu historia.
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